TARRAGÓ NO EXISTE, SON LOS PADRES.

Menudo chasco me llevé ayer por la tarde cuando fui a ver a mi abuelito.
Después de contarle con pelos y señales todo el cristo del reequipamiento, o no , de la Anglada de la Paret; el tío, o sea, mi abuelo, va y me cuenta que hoy (por ayer) ha hecho el vermú con los coleguillas y que se han descojonao a costa nuestra. Estaban el A y el C y han contado la verdad sobre la chapuza original.
La historia no tiene desperdicio.

“La abrieron para que los madriles se quedaran con ellos y los ficharan. Querían ir a la expedición española a los Andes...”, “no tenían ni un duro para el material y metieron en la vía los cachos que desmantelaban del WC del tren que los llevaba hasta Monistrol...”, “lo que el chaval ese dice que son rivets, en realidad son los tornillos que sujetaban la cadena del tigre...”, “como no podían ir a misa el domingo, el sábado por la noche robaban el agua bendita de la pica de la iglesia del Monasterio. Se la bebían mientras abrían la vía, así iban más seguros, según ellos...”

Y ahora viene lo más más...

“Tarragó no es nadie. No existe. Es una iniciativa que hemos tomado en nuestro club -el “Centro Eje Central”- la sección de veteranos y la Pa’Mala PeOr (Padres y Madres de alevines artificialeros Permanentemente Organizados).
Por que ya no hay huevos de repetirla y por que en el cincuentenario queremos hacer una romería, a la vía, en honor de nuestro patrón el Ángel de la Guardia.”, “además los padres de los chavales lo pagan todo –es que sufren mucho- incluidas las birras...”, “que cuando se es padre de uno que hace A4 se pasa muy mal y si no mira el padre del 4XXXXL”.
“Bin Laden es Tarragó. Quiere comer bocatas de jamón serrano y que no se le eche encima la inquisición mora... frecuenta uno de los bares del Bruch y espera que no se note...” “También se atiza carajillos en el Noio...”

Llegados a este punto lo miré a la jeta y vi que se le iba la bola, que ya había vuelto tomar vermú negro mezclado con las pastillas de la fístula y un Montecristo.
En ese momento empecé a dudar de toda la historia que me había contado el abuelito.

La última vez que escalé con mi abuelo, se le puso un rictus nervioso al ver que todo en aquella reunión se aguantaba con plomos y pitonisas falcadas con madera de pino gallego.