
En 1983 la empanada la teníamos bien gorda con aquello del free climbing, entre otras cosas a causa de aquellos usos y costumbres tan novedosos para nosotros. Nada nos hacía sospechar la más mínima pega ética con aquel sistema tan divertido de “abrir vías por arriba”.
Era una actividad relajada y segura que para nosotros contrastaba absolutamente con la manera de abrir vías que practicábamos hasta entonces. Un chollo para obtener vías con grado y sin riesgo -ni tener que currárselas desde abajo- lo cual implicaría el uso de artificial –por lo menos para abrirla- y en consecuencia un innecesario metal en la tapia casi seguro, por añadidura la incerteza de si luego pasaríamos en libre aprovechando aquel recorrido. Parecía una cosa limpia y sobre todo; más rápida a la hora de obtener resultados en forma de nuevos itinerarios con el libre como consigna y fin a obtener. La ausencia poco más o menos absoluta de vías con un perfil deportivo en aquella época obligaba a obtener resultados inmediatos. Todas las placas estaban vírgenes y el coto abierto para todos. Había una cierta competencia para ver quien equipaba primero sitios absolutamente suculentos como Terradets o Vilanova de Meia.
En aquel tiempo
Jordi Lluch se encargaba de la Crónica Alpina de la revista Vertex y servidor se personó personalmente en persona en su tienda de la calle Hipólito Lázaro, para hacerle entrega -henchido de orgullo juvenil- del croquis de una vía recién equipada con el fin de que la publicara y así encaramarme a la efímera gloria del papel couché.
Cuando el tío -después de mirársela bien- me preguntó si no creía posible abrirla desde abajo, me sonrojé. Avergonzado, tuve que admitir que seguramente era posible, si no entonces, si en un futuro no muy lejano... (un futuro que sería de otros, porqué serían otros los que abrirían aquellas líneas tan atractivas).
Apeló a planteamientos nuevos para mi entonces; ¿Porqué no dejar que otros con más habilidades la abrieran desde abajo? ¿qué quedará para las futuras generaciones? ¿te parece ético abrir vías así?, ¿si no hay un cierto riesgo vale la pena una vía? ¿qué te satisface más?.
Aquel día –todavía graduábamos con la escala UIAA- todos esos argumentos no me sonaban de nada. Años después estos y otros han tenido una respuesta colectiva meditada, más o menos consensuada, y han sido puestos en su justo lugar.
Sin embargo aquella conversación plantó una semilla que al crecer abrió en mi las puertas de la percepción. En conclusión; terminé con mis flirteos equipando vías. Asimilé que debía ser más humilde para no joderles el futuro a los niños y que lo que de verdad me molaba era pasar unas dosis de miedo, que no me las proporcionaba otra cosa que el estilo clásico. No dudo que como yo otros se plantearan este dilema en algún momento de su carrera alpina.
Toda esta parrafada viene a cuento de los consideraciones que pasaron por mi bola cuando pillé la Revista y leí un articulo de Albert Salvadó “Ganxets” –al que no conozco personalmente- titulado “Montrebei 2.0”. Para más tarde caer rendido de rodillas ante la
entrevista a David Palmada “Pelut” a propósito del nuevo itinerario “Oju peligru” en las Fisher Towers. Hay una foto que convierte en realidad algunas de las peores imágenes de mis viejas pesadillas sobre reuniones chungas al estilo “¡¡¡ OjO que me cuelgo de la reunión !!!”.
No puedo dejar de pensar que ya hace tiempo que aquellas futuras generaciones a las que apelaba Jordi están aquí dando la talla. La casi cincuentena de vías, abiertas en este milenio, a las que alude Albert –y el estilo de maestro de David- son una muestra diáfana de que la raza mejora –la de los escaladores- y de que no se puede aplicar la palabra imposible a esta actividad.
Quedan en entredicho aquellas opiniones negacionistas que propugnan que el futuro de la escalada va unida intimamente abrazado con la seguridad y las expansiones.